El paciente usa un casco con 32
electrodos por el que transmite las ondas cerebrales a una computadora
que carga en una mochila o morral. A su vez, la computadora transforma
esas señales en instrucciones para los pistones hidráulicos que son
responsables de los movimientos de las piernas mecánicas sobre las que
se yergue el paciente. Una serie de giroscopios ayudan a mantener el
exoesqueleto balanceado.
El “milagro” de hoy no solo
ocurrirá en el cuerpo del paciente sino también desde el exterior. Un
sensor en el exosqueleto –implantado en las mangas del traje robótico-
va a captar el ambiente alrededor para reproducir las sensaciones que
experimentan los seres humanos. Sensores de presión, temperatura y
vibración intentarán que el paciente vibre al ritmo de los espectadores,
aunque no se sabe aún hasta qué punto será capaz de sentir ya que no se
han podido reproducir las mismas condiciones de un estadio enloquecido
de pasión.
Al tocar el suelo, el exoesqueleto
pone en marcha un vibrador conectado al brazo del paciente. La idea es
que el cerebro asocie estas vibraciones al movimiento de las piernas
para que la persona vuelva tener la impresión de sentir sus piernas y
pueda dar las órdenes de caminar al equipo.
Raytheon Sarcos
El exoesqueleto es ligero, resistente y autónomo

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